sábado, 10 de mayo de 2014

NUEVO CONSUMISMO, PAGA EN TIEMPO

Vivimos tiempos de cambio. Hasta hace poco el estatismo era la norma y los cambios llegaban de la mano de una revolución que sacudía a la sociedad desde sus cimientos. Luego regresaba el estatismo hasta el siguiente salto. Los tiempos actuales son diferentes. Ahora el cambio es la norma. Sólo nos queda comprobar si la revolución vendrá con el estatismo, con la inacción...

El capital gobierna nuestro mundo. Las empresas buscan beneficios sin límite y se lanzan a una competencia feroz por ganar más dinero que otros, lo que provoca un crecimiento constante, una ilusión dorada que pretende atraparnos en su mentira. Antes las empresas buscaban que consumiéramos sus productos, que gastáramos nuestro dinero en lo que ellas producían, transfiriéndoles la riqueza y contribuyendo a su expansión. Actualmente asistimos a una realidad parecida pero mucho más extensiva. El cambio ha sido sutil, sin darnos apenas cuenta hemos pasado a depender de esas empresas. 

Siempre hemos hablado de las necesidades creadas, de esas cosas que antes no necesitábamos y que, fruto de una hábil estrategia comercial, pasamos a necesitar, ya sea un coche, un móvil, un portátil o un armario abarrotado de ropa. No son vitales, pero no paramos de recordarnos que “no podemos vivir sin ellas”. La necesidad que recientemente se ha creado es mucho más refinada y consume nuestro recurso más preciado: el tiempo. 

Desde internet, con las redes tecnológicas extendidas por todo el mundo, el negocio, la obtención de riqueza, ha evolucionado. Nuestro tiempo es su dinero, nuestra presencia constante es su beneficio. Cuantos más somos y más horas gastamos en una página web, una red social, jugando a un adictivo juego de móvil o viendo un programa de televisión, mayores beneficios obtienen las empresas que los mantienen. ¿Cómo? El proceso es tan sutil que tenemos la sensación de que todo es gratuito, que no se nos pide nada a cambio. Cuanto más público tienen, mejor se paga la publicidad que nos bombardea sin apenas darnos cuenta, más personas reciben los estímulos de los anuncios y más “pinchazos” de ratón reciben los enlaces publicitarios. ¿De qué se trata? Sencillo, se trata de ocupar nuestro tiempo, de focalizar nuestra atención, idiotizarnos (literalmente) ante una pantalla durante horas para que seamos manipulables y vulnerables a la publicidad. Aunque no lo parezca, las empresas reciben millones de euros por esta vía, mientras nosotros invertimos nuestra vida en paquetes de varias horas al día enganchados al móvil, al portátil o a la televisión. 

Las consecuencias son evidentes. Tenemos la necesidad de estar conectados, de mirar constantemente facebook, whatsapp, twitter, sálvame en todas sus versiones, de jugar a candy crush o de mantener la dichosa granja virtual… y no nos queda tiempo para lo que realmente nos enriquece, familia, amigos (de los de carne y hueso), leer (algo más extenso que un mensaje de 140 caracteres y que nos aporte conocimiento), hacer deporte, salir a pasear… o cualquier otra afición o vocación REAL. 

Seguimos siendo consumidores y a la vez consumidos, pagando con lo más valioso que tenemos en la vida, nuestro tiempo. 

Como decía al principio, vivimos inmersos en el cambio y apuesto por una revolución pasiva. Nuestra manera de escapar es no hacer nada de esto, abandonar la adicción a lo virtual, vivir la realidad. Apuesto por el “slow life”, por el “vive despacio”, por el “saborea la comida”, “lee despacio, asimilando”, “dedica tiempo a disfrutar al aire libre”, “viaja, pero no a través de las fotos que te llegan por facebook”, “experimenta por ti mismo”… 

Es difícil, la adicción es fuerte y todos (me incluyo) en mayor o menor medida vivimos enganchados a las nuevas necesidades creadas. Para tomar conciencia del cambio y de su rapidez haz un sencillo ejercicio: vete al año 2002 y piensa cómo era tu vida en aquella época, hace tan sólo 12 años, cuando no teníamos móviles con internet, ni redes sociales masivas. 

Complicado, sí, pero no imposible. Debemos tomar conciencia y ser capaces de vivir despacio sin sentir culpa o ansiedad por no estar conectados. Por el momento, me daría por satisfecho con que hayas leído el artículo completo, que no te hayas detenido en los primeros 140 caracteres, que se agotan en el primer párrafo, que no hayas saltado rápidamente a otra cosa para seguir conectado… y es que cualquier pensamiento mínimamente complejo necesita unos cuantos párrafos para ser desarrollado...