lunes, 28 de octubre de 2013

EL PLACER DE LEER PARA UN ESCRITOR...

El escritor en su proceso de aprendizaje cuenta con una herramienta fundamental que lo modela, que le da forma y carácter. Se trata de la lectura, esa actividad tan agradable a través de la cual conocemos el trabajo de otros autores y las técnicas que manejan. El oficio de escribir se tiene que compaginar con el tiempo que dedicamos a la familia y amigos, con el trabajo que nos da de comer (ya que, tristemente, pocos escritores comen de lo que escriben), con otras actividades como el deporte y con las necesidades básicas, tales como alimentarnos y dormir. En los tiempos que corren el escritor se convierte en un verdadero “hombre orquesta” que tiene que hacer sonar él solo siete instrumentos diferentes y lograr que lo hagan en armonía. A todo esto hay que añadir la lectura con una doble vertiente: la de divertir y la de formar. Leer se convierte en un deber ineludible para aquel escritor que quiere mejorar y evolucionar. Se podría decir que es el gran tambor que llevamos a las espaldas y que marca el ritmo para los demás instrumentos. 

En este aspecto hay que tener en cuenta varios temas fundamentales. Uno de ellos es la elección de los libros que leemos. Tan importante es leer como elegir bien lo que leemos. El tiempo es limitado y la oferta literaria demasiado amplia, por eso mismo debemos filtrar recurriendo a opiniones ajenas, lecturas previas, sinopsis, primeras páginas o simplemente intuición. Una vez elegido un buen libro lo leemos, pero la lectura que realiza el escritor es diferente a la del lector por puro placer. Además de recrearnos en las escenas, prestamos atención a los recursos utilizados por el autor, el manejo de los ritmos, la construcción de los personajes, el vocabulario, la coherencia… Leer se convierte en aprender. De esta manera, desde mi punto de vista, el placer de la lectura cambia irremediablemente y corremos el riesgo de restarle placer. La lectura es menos fluida si nos detenemos constantemente a analizar. También, al menos en mi caso, uno se vuelve un lector exigente, que tal vez pida demasiado del libro que cae en sus manos. Soy consciente de que, a medida que pasa el tiempo, dejo más libros a medias porque no me llenan como esperaba. No te conformas con cualquier cosa. 
Sin embargo, cuando encontramos una joya literaria el placer de leer se multiplica por mil. De igual manera que rechazamos lo malo o mediocre, saboreamos sin límites una buena obra. El escritor se convierte en algo así como un crítico gastronómico que desdeña los platos mal elaborados, pero que es capaz de extasiarse con una comida bien preparada, y descubrir los secretos que esconde mejor que cualquier otro comensal. 
Escribir y leer andan de la mano. Aprendemos a escribir leyendo y yo añadiría: escribiendo aprendemos a leer…

sábado, 12 de octubre de 2013

LA TRILOGÍA DE NUEVA YORK (PAUL AUSTER)

Vuelvo después de un breve paréntesis con una nueva reseña sobre el último libro que he leído. En estos días he estado bastante ocupado, trabajando en mi tercera novela y colaborando con los organizadores del blog de las jornadas de novela histórica de Granada. Por cierto, os animo a que visitéis el blog, donde se publican contenidos muy interesantes.

A Paul Auster ya había tenido el placer de leerlo (Brooklyn follies), pero me quedé con ganas de explorar más su narrativa, que yo calificaría de “urbanita”. También conocía su trabajo como guionista en una de mis películas favoritas: Smoke. En “La trilogía de Nueva York” he encontrado al Auster más introspectivo, que utiliza ese constante marco urbano de Nueva York para reflexionar sobre la condición humana y su fragilidad. Desde mi punto de vista, la obra, dividida en tres partes que, de alguna manera, se conectan, tiene un eje que las vertebra y les da sentido: los desequilibrios. En las tres historias aparecen personajes cruelmente marcados por una vida insana, llena de artificios, que los despeña por un acantilado hacia la falta de identidad y la negación del ser. Son personalidades fuertes, pero al mismo tiempo sensibles, que se dejan marcar a fuego por una realidad oprimente que los acaba quebrando y rompiendo su equilibrio emocional. Personas que podríamos llamar disfuncionales, pero que todos los entornos urbanos actuales producen y mantienen. 

Sobre la técnica, de nuevo vemos en el autor ese estilo de telaraña que tanto lo caracteriza, con pequeñas historias laberínticas que nos conducen a un final incierto, donde parecen cobrar sentido. Su prosa es correcta y poco recargada, lo cual se agradece en una trama tan compleja. 

Por tanto, a modo de conclusión, diría que la novela me ha gustado más como reflexión, como ensayo sobre la cordura, que como obra literaria. Te plantea numerosas incógnitas y tiene el mérito de hacerte participar de la historia, de elucubrar a la par de los personajes.